A pesar de ya no estar con nosotros papá, aún sentimos tu presencia de distintas maneras que nos permiten recordarte y entender lo que significaste para nosotros.
En mis memorias de pequeño, me encantaba que jugaras con nosotros, tu compañía nos permitía divertirnos, pero a la vez, aprender. Aprender a como correr, saltar la cuerda, patear un balón, subirnos al resbaladero y recuerdo muy bien como te gustaba mecer a mi hermana en los columpios, su sonrisa ha quedado muy guardada dentro de mí.
Recuerdo también que dejaste todo para que no nos faltara nada, pero sobre todo recuerdo aquel día donde con lágrimas nos dijiste que estabas triste porque tu trabajo había demandado tanto de ti, que habías dejado la convivencia familiar de lado y que te dolía mucho. Ese reconocer que habías fallado me marcó tanto porque a partir de ese día regresaste a estar plenamente con mi mamá, conmigo y mis hermanos, y entonces comprendí que hay prioridades en la vida y que, si no se atienden, te cuesta prácticamente la misma.
También tengo muy grabado cuando en las noches cuando me daba sed, bajaba por agua a la cocina y todas las luces ya estaban apagadas, de reojo echaba un vistazo en tu habitación y lograba ver tu silueta, y ahí te encontrabas tu con cuerpo y manos recogidas orando. De pequeño nos decías que, si un día tú ya no estabas con nosotros, Dios siempre estaría con nosotros y su presencia nos llenaría. En aquel momento no entendía esas palabras, hoy, sin embargo, los golpes y las alegrías de la vida me han confirmado que había una gran verdad en lo que decías.
En pláticas con mis hermanos todos coincidimos que lo más grato que tenemos de ti, fueron aquellos momentos donde por alguna razón nos sentíamos tristes, solos, acongojados; entonces llegabas, nos abrazabas y todo ese dolor se empezaba a desvanecer, era un abrazo diferente al de mamá, el de mamá era reconfortante, pero el tuyo abarcaba todo aquello que sentíamos estaba roto y que de a poco se empezaba a reparar.
Estuviste siempre al pendiente de nosotros, con tus consejos buscaste siempre orientarnos para protegernos, nos compartías tus errores de la juventud para que aprendiéramos de ellos, esas palabras si bien en la adolescencia tendíamos mis hermanos y yo a no hacerles caso, ahora que tenemos hijos las hemos comprendido y sabemos que son parte aún de aquel manto protector que buscaste para toda la familia.
Me dejó muy marcado la relación que tenías con mamá, raras veces los vi discutir, de noche y de día, la besabas y abrazabas con mucho cariño, cuando ella se sentía abrumada por los quehaceres del hogar o por lo extenuante de su trabajo, ahí estabas tú, compartiendo con ella ese dolor, pero quitando ese sobrepeso colaborando con todas aquellas cosas que a ella le preocupaban y cansaban. Siempre tuviste palabras de amor hacia mamá, y ella lo reflejaba con su mirada, con esa forma de mirarte tan peculiar que parecía decir “te amo”. Por tu manera de actuar con mamá y con mi hermana, me enseñaste a respetar y amar a la mujer, como algo tan preciado en la vida que la mujer misma nutre desde el nacimiento hasta la muerte. Ahora que veo a mi hermana casada y con hijos, he visto su relación con su esposo y se parece a la que tenías con mamá, creo que, sin querer, le mostraste a mi hermana el tipo de esposo al cual aspirar y ahora ella se siente plena con su familia.
Pareciera que ya no estás, pero sigues aquí tan presente en mí, en mamá, en mis hermanos; todo lo que fuiste sigue con nosotros y nos acompañará en esta vida hasta el fin de nuestros días.
Sólo quiero agradecerte, tu tiempo, tu presencia, con ello nos dejaste tu vida para siempre, nos marcaste tan excepcionalmente que, anhelo algún día nos volvamos a encontrar cuando mis ojos se cierren en esta vida y sean abiertos en la nueva vida de la que ahora tú gozas.
¡Te amo Papá.!
